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dilluns, 27 de juny del 2011

El sentido de lo vivido: reminiscencia e integridad en la vejez

por Juan José Zacarés González
Extracto del texto publicado en:
Boletín informativo “Acompañar” de la Asociación Víktor E. Frankl, nº 34, mayo 2011


“Me causa dolor lo que han pasado mis padres para criarnos. He hecho sufrir a mis padres; me acuerdo de que lloraba y pataleaba por unos zapatos cuando sabía que no podía ser unos zapatos para mí, otros para mis hermanas... Ahora pienso que mi madre fue la mejor madre del mundo. Y la mejor persona del mundo (...) He pasado mucho, pero volvería a pasar todo lo que he pasado. También en la pobreza, cuando había y cuando no había, porque cuando no había todo estaba más bueno”. (María, 83 años)

“Tengo un trauma por la guerra; me he tropezado con una familia que no ha sabido comprenderme; yo estaba en un momento muy difícil y de mí no se preocupaba nadie. Eso me ha dolido mucho y estoy pagándolo caro. Ni sé olvidar ni perdonar, no perdono a nadie de los que me han hecho daño” (Dolores, 70 años)

Estos dos fragmentos nos ponen en la pista de las importantes diferencias que existen cuando las personas nos situamos, con una cierta perspectiva, ante las circunstancias y los hechos vividos. En el primer caso, se produce una reinterpretación del pasado infantil que conduce a profundos sentimientos de perdón y agradecimiento. En el segundo ejemplo, la evocación de su infancia provoca una intensa amargura asociada a una herida todavía muy abierta a pesar del tiempo transcurrido. Ambas afrontan un mismo desafío interno en forma de preguntas: ¿qué valoración doy a lo que he vivido? ¿qué significado extraigo de los principales episodios de mi vida, particularmente de los más negativos o dolorosos?

El reconocido psicoanalista Erik Erikson identificó el principal reto de la vejez como tensión en cada persona que envejece entre “integridad” y “desesperanza”. La persona que logra la integridad siente que ha merecido la pena vivir, está satisfecho con las decisiones tomadas a lo largo de la vida, las acepta como las apropiadas e inevitables dadas las circunstancias en las que se tomaron y es capaz de afrontar serenamente el fin de la vida. La propia vida emerge como una totalidad coherente en la conciencia derivando así una íntima satisfacción personal, lo que permite liberar “energía psicológica” para conectarse y afirmarse en el presente, en los proyectos y relaciones actuales. El otro polo hacia el cual puede decantarse este conflicto, la desesperación, “expresa el sentimiento de que el tiempo es corto, demasiado corto para intentar empezar una nueva vida y para emprender vías alternativas” (Erikson, 2000, p.116). En general, no obstante, resulta más apropiado describir la resolución positiva de esta tarea como “síntesis dialéctica” entre integridad y desesperanza, con predominio de la integridad, más que de la ausencia total de desesperanza.

¿Cuál es la vía que posibilita alcanzar la integridad en la vejez? No hay un solo camino especial, ni un estilo de vida, ni una cultura que conduzca de manera exclusiva a un sentimiento de integridad personal o comunitaria. Sí que podemos apuntar dos formas generales en que se puede ir construyendo la integridad:
1. El desarrollo en las etapas vitales anteriores a la vejez. El logro de toda una serie de realizaciones en los años adultos que nos exigen autotrascendernos, salir de nosotros mismos para implicarnos en el cuidado activo y responsable de personas, proyectos o ideales culturalmente valorados prepara el camino a la integridad en la vejez. La productividad adulta que Erikson denominó “generatividad” es la llave privilegiada que la hace posible (Zacarés y Serra, 2011). Sin estas realizaciones adultas promotoras del desarrollo en otras personas se hace más difícil el acceso a una valoración positiva global de la propia vida.
2. La actividad de reminiscencia y de revisión de vida en la vejez. La reminiscencia es el proceso por el que evocamos acontecimientos autobiográficos del pasado y los traemos a nuestra conciencia. En la vejez se da una forma específica de reminiscencia que es la revisión de vida o “reminiscencia de integración” y que consiste en considerar las experiencias vividas, evaluarlas, interpretarlas y en ocasiones reinterpretarlas a fin de atar los “cabos sueltos” existentes. La reminiscencia de integración implica la aceptación de uno mismo y de los demás, la resolución de los conflictos pasados, la reconciliación entre el ideal deseado y la realidad biográfica, la búsqueda de un sentido y del valor personal a lo vivido y la integración del pasado y del presente. Este tipo de reminiscencia tiene un carácter adaptativo y se asocia al bienestar psicológico y a la integridad del Yo.

En ocasiones esta revisión de vida se produce sin complicaciones, mientras que en otros momentos es un proceso intenso que requiere un considerable esfuerzo. En el campo de la intervención psicológica se han desarrollado todo un conjunto metodologías conocidas como “Técnicas de revisión de vida” que con distintos fines pueden facilitar el desarrollo personal durante el envejecimiento. Sea esta revisión de vida espontánea o provocada “desde fuera”, la vejez se nos muestra como una nueva ocasión de ganancias en nuestro desarrollo personal. Es la puerta que nos abre a una peculiar forma de sentido, el que encontramos cuando llegamos a considerar nuestra vida como un todo único e irrepetible, en la cadena continua de vidas que se vinculan unas con otras, de generación en generación.
Referencias
Erikson, E.H. (2000). El ciclo vital completado (Edición revisada y ampliada). Barcelona: Paidós. [V.O.: The life cycle completed. Nueva York: Norton, 1997].
Zacarés, J.J. y Serra, E. (2011). Explorando el territorio del desarrollo adulto: la clave de la generatividad. Cultura y Educación, 23, 75-88.